domingo, 20 de marzo de 2011

Carolina del Príncipe, El Salto de Guadalupe, Gómez Plata (marzo 2011)





Este recorrido es conocido como la Ruta del Norte Antioqueño (ojotas, no confundir con la Ruta Lechera, que es bien distinta) y se puede hacer en un solo día, si no se incluyen otros destinos de la misma subregión como Angostura, Campamento, Briceño, San Andrés de Cuerquia, Yarumal, Valdivia, San José de la Montaña, Toledo, Ituango...

Lo recomendable es salir a primera hora de Medellín y, ojalá, bien desayunado para estar fuerte (las curvas durante todo el recorrido junto a la poco agradable fragancia del río marean con una facilidad tremenda, experiencia personal del aquí firmante). Se sale por la Autopista Norte pasando por Bello, Copacabana, y Girardota, respectivamente. Antes de agarrar la loma para subir a Matasanos (lo que sería la vía a la costa) entrás por Hatillo a Barbosa. Luego de pasar la zona urbana de Barbosa, agarrás la carretera a Cisneros hasta Porce, donde a la izquierda encontrás -fuera del pestilente Río Medellín- la salida a Gomez Plata (siguiendo derecho encontrás Yolombó). Acá la carretera se hace más estrecha aún con algunas partes donde puede haber un derrumbe. La vista es casi selvática, verde por todos lados (a excepción de una franja marrón caca en el medio). Hasta Gómez Plata se gastaron 4 horas (contando media hora de desayuno y unos 40 minutos o más por una maratón de atletismo en Hatillo), normalmente son 2-3 horas, llegando ya a mediodía.

Al llegar, el parque principal estaba notablemente convulsionado y la policía cerró un par de cuadras antes de llegar, así que tocó seguir hasta Carolina y dejar Gómez Plata para lo último. Entre la cuna de Juanes y Gómez Plata hay 15 minutos de viaje. Desde la entrada, Carolina del Príncipe es un pueblito bastante acogedor. Pasamos derecho para ir hasta la vereda El Salto, en Guadalupe, a una media hora de Carolina. El mayor atractivo turístico de Guadalupe es la espectacular caída de agua y el teleférico. La verdad no paga ir hasta el pueblo en sí, ya que es bastante más lejos y no tiene mucho para ver. Luego de dejar el carro en el parqueadero (no cobran por ello, y es relativamente seguro) caminás unos 5 minutos hasta el teleférico.



Cuando lo mirás desde afuera se te cae el alma al piso literalmente, no en vano ostenta el título del Teleférico más empinado de Latinoamérica. Este teleférico se inauguró en 1962 para transportar personal y equipo de EPM hasta la hidroeléctrica, en la parte baja de la caída de agua. Con el tiempo comenzó a funcionar también para transportar carga y pasajeros de las veredas aledañas (siendo esta su segunda función primordial) y, por último, para el turismo. Por esto, EPM cobra un pasaje simbólico y, sin duda, curioso: pagás 100 pesos (5 centavos de dólar) por una tiquetera de 20 viajes ida y vuelta.



Son apenas dos cabinas (una sube y otra baja, para efectos del contrapeso supongo) que transportan 12 personas de pie o 1200 Kg (no es raro subir en la cabina solo 6 personas con media carga de panela, por ejemplo) y el tiempo subiendo o bajando es de 5 minutos aproximadamente. Hay grandes ventarrones, pero es bastante estable (así que no es probable que la querida Doña Gloria nos mande a mamarselo en reversa). Abajo está el cuarto de máquinas del teleférico, la hidroeléctrica, la caída de agua. Espectacular. Tanto arriba como abajo siempre hay bastante gente, y teniendo en cuenta las prioridades, hay que esperar un tiempo pero de verdad que lo valen, la vista es increíble. Eran las 2.30 pm y no se dejaba ver por ningún lado el almuerzo, así que esta vez entramos a Carolina a una fonda en pleno parque donde el almuerzo quedó en una muela. El pueblo es hermoso y bastante apacible. Es imposible caminar por las calles sin que la gente local mire raro al forastero, asunto que se soluciona con un Buenas tardes que ellos responden con una sonrisa. Por todas partes se ve arquitectura colonial y ni hace falta nombrar la estatua de Juanes, que es en bronce y de tamaño real... bueno, supongo yo, a Juanes no lo conozco personalmente.




Luego de relajarse un rato entramos a Gómez Plata. Pueblito que según dicen es apacible y tranquilo pero hoy lo encontramos como la quinta paila del infierno: había una exposición equina en el parque (ese era el barullo del mediodía): caballos, camionetas, música guasca a todo lo que da, el inconfundible olor a boñiga que parece que estás en San Pedro o en el parque de Girardota. Lo mejor fue salirse del lugar común del que vive en ciudad y dejarse absorver del entorno: sentarse a ver pasar caballos y tomar cerveza. La música dejó de sonar y el pueblo todo enmudeció: hora de la eucaristía en la bonita iglesia del pueblo. Ya de noche se volvió a prender el parque (al final el que peca y reza empata, no?) y el bus volvía a tomar destino hacia Medellín. Tres larguísimas horas de viaje donde el acá firmante, que manifiesta no poder dormir mientras va en un bus, cayo noqueado y despertó solo para comerse el arroz con leche de un estadero en Porce.



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